No importa cuán insignificantes nos sentimos, Jesús nos tiene en alta estima, especialmente, si reconocemos nuestra necesidad de Él. Mientras que nosotros nos enfocamos en las habilidades físicas de las personas, Jesús se enfoca en el corazón – el alma. Lo físico es temporal, el alma es eterna.
Bartimeo estaba físicamente ciego, en oscuridad, sin poder ver lo que le rodeaba, para poder percibir la vida con más claridad. En esa misma condición se encuentran todos los que no tienen una relación con Dios. Espiritualmente están ciegos, no ven con claridad los peligros, ni las bendiciones que les rodea para poder apreciar la realidad de las cosas.
Lo trágico de la ceguera espiritual es que lleva al infierno. Así como Bartimeo tenía una sola esperanza, así también el pecador. La única esperanza que tiene el pecador, radica en la misma persona quien era la única esperanza de Bartimeo: ¡Jesús!
Bartimeo clamó, reconociendo su situación, entendiendo que Jesús era el único quien podía darle la vista. Jesús le escuchó y le dio vista. Lo mismo tiene que hacer el pecador. Tiene que reconocer su situación, comprendiendo que Jesús es su única esperanza. Si no clama a Jesús, quedará espiritualmente ciego, y pagará la consecuencia por el resto de la eternidad.
