Jonás comprendió
que tenía que ser obediente a Dios. Comprendió que Dios le estaba dando una
segunda oportunidad y que tenía que ir a Nínive. Comprendió quién era él, quién
era Dios y que Dios estaba en control de su vida.
Jonás no quería que
Dios perdonara al pueblo. Él quería que Nínive dejara de existir debido a lo
que le habían hecho al pueblo de Israel. Nínive era una ciudad perversa,
sanguinaria. Merecía ser destruida, y eso era precisamente lo que Jonás quería.
Dudo que Jonás pronunciara las palabras “de aquí a 40 días Nínive será
destruida” con pesar. Me imagino que lo decía con un poco de alegría, ya que el
pueblo recibiría justamente lo que se merecía.
La actitud de Jonás en ese momento era como la del
niño que se encontraba castigado, parado en una esquina de la habitación, pero
quien en voz baja declaraba, “¡Tal vez me tienen parado en esta esquina del
cuarto, pero en mi corazón estoy afuera jugando!” De esta misma manera, era
como que Jonás dijera, “Está bien, Dios. Tú tienes el poder para hacer que vaya
a Nínive a pregonar Tu mensaje. Lo haré. Pero, no lo haré de corazón. No daré
mi cien por ciento, haciéndolo de la manera correcta.”
El mensaje
de Jonás no mostraba compasión para la gente de Nínive. No hubo ningún llamado
al arrepentimiento por si a caso Dios se compadeciera de ellos. El mensaje era
claro: De aquí a 40 días, ¡Nínive no existirá.
La condición de
nuestro corazón para con Dios al serle obediente tiene mucho que ver con el éxito
que tendremos. Podemos hacer nuestro Cuaderno Espiritual, discipulado y Centros
De Acción, pero, si los hacemos renegando a cada paso, ¿de qué sirve? Dios no
nos bendecirá.
Es indudable que
Dios quiere que hagamos nuestro Cuaderno Espiritual, que evangelicemos,
discipulemos y hagamos crecer y multiplicar nuestro Centro De Acción. ¿Cuál es
nuestra actitud concerniente a estas cosas?