“Porque así nos ha mandado el
Señor, diciendo: Te he puesto para luz de los gentiles, a fin de que seas para
salvación hasta lo último de la tierra.”
Pablo y
Bernabé siendo llamados por el Señor iniciaron su primer viaje misionero,
llegando primero a Chipre y luego a Antioquía de Pisidia, en este lugar
compartieron el evangelio de nuestro Señor Jesucristo tanto a Judíos como a
gentiles, sin embargo estos primeros en vez de abrazar el mensaje del
evangelio, lo rechazaron, entonces Pablo les dice lo siguiente “a vosotros los
Judíos era necesario que se os hablase primero la palabra de Dios, más puesto
que la desecháis… he aquí os volvemos a los gentiles”.
Luego
continúa “porque así nos ha mandado el Señor” Pablo tenía un corazón sensible y
obediente a la palabra de Dios. Dios mandaba y él obedecía. ¿no es esto lo que
debemos hacer cada uno de nosotros? Cuando leemos la Biblia no estamos leyendo
una revista barata, estamos leyendo la palabra de Dios, así que nuestros oídos
debieran estar atentos a su voz, nuestra mente debiera estar despierta a sus
enseñanzas, nuestro corazón debiera estar sensible a sus mandatos y nuestro
cuerpo debiera estar listo, para poner en acción sus mandamientos.
¿Qué había
mandado Dios a Pablo? En el texto vemos 2 cosas. Primero ser luz a los gentiles
y segundo llevar la salvación a todos los habitantes de la tierra.
El Apóstol
Pablo y todo creyente tienen esta misión “ser luz”. Sin Cristo en el corazón
nosotros vivíamos en las tinieblas, ese estado de muerte espiritual, ese estado
de depravación que daba la espalda a su creador, sin embargo, cuando la luz de
Cristo llegó a nuestra vida, todo en nosotros cambió. Llegamos a ser luz en el
Señor y así como una pequeña luz puede guiarnos a casa en medio de la oscuridad
más profunda, de la misma forma el cristiano puede guiar al mundo a lo casa del
padre, a la salvación eterna de sus almas, a una nueva vida en Cristo.
En segundo
lugar Dios encomendó a Pablo y nosotros también el llevar el mensaje de
salvación al mundo entero. Debemos de procurar no solo alcanzar a nuestra
familia para Cristo, sino también a nuestra ciudad, nuestro departamento,
nuestro país y el mundo entero. Pablo cumplió esta labor con el corazón,
nosotros debemos de hacer los mismo.
Cada
cristiano es llamado a ser misionero, cada cristiano tiene el deber y el
privilegio de compartir las buenas nuevas de salvación al mundo entero. Nuestro
campo misionero es el lugar donde más pasamos tiempo, puede ser nuestra casa,
puede ser nuestro vecindario, puede ser nuestro centro de estudios, o incluso
puede ser nuestro lugar de trabajo. No esperemos a que el pastor o los líderes
de nuestra iglesia sean los únicos que realicen esta labor, cada uno es
responsable delante de Dios de cumplir fielmente la gran comisión que el Señor
Jesucristo nos ha encomendado.
¿Qué puede
motivar nuestro corazón para realizar esta tarea de la mejor manera? Algo que
motiva mi corazón cada día es simplemente mirar los ojos del crucificado y
verlo caminar a la cruz por amor a mí.
Cuando se le
pidió a un campesino contar lo que Cristo había hecho por él, él se fue al
bosque, escarbo un poco la tierra y saco un gusano. Puso al gusano al medio de
un montón de hojas secas, y con un fósforo comenzó a quemar las hojas, cuando
ya el fuego estaba a punto de quemar al gusano, él tomó al gusano en sus manos
y dijo “este es mi gusano” y lo salvo. Eso es lo que el Señor hizo por cada uno
de nosotros, cuando ya estábamos a punto de quemarnos en el fuego del infierno,
el por amor entrego su vida para salvarnos, nos libró del fuego y nos tomó
entre sus manos y en sus manos estamos seguros.
Ante
semejante amor, como no caer postrados a sus pies y decir Señor “iré a donde tú
me envíes y haré lo que tú quieres que haga”.
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